Revolución chavista agranda la desigualdad entre ricos y pobres

26 mayo 2008

El Banco Central de Venezuela, en un informe que la revista The Economist recoge, estima que la desigualdad en el país, desde la llegada de Chávez al poder, ha aumentado en algo de 10%, pues el índice GINI ha pasado de 44.1 el año 2000 a 48 el 2005. En ese período de tiempo, sin embargo, y como señala la revista, la desigualdad en la distribución del ingreso ha disminuido en países como Brasil, México y Chile. [“The wind goes out of the revolution”, The Economist, 6/diciembre/2007]

Este índice, que va de cero a cien, nos dice cómo se distribuye la riqueza en un país, o cuánto de ésta corresponde a cada segmento de la población. En una sociedad en la que todos tienen el mismo ingreso, éste será cero, y a medida que aumenta o disminuye la desigualdad el índice irá acercándose o alejándose de cien. En suma, de la perfecta igualdad se va pasando a la perfecta desigualdad, en la que una sola persona se lleva todo. Eso refleja este indicador que el banco central venezolano saca a la luz: Chávez y su revolución socialista del siglo XXI van en sentido contrario a los ideales de otras revoluciones socialistas de siglos pasados.

Entender lo que sucede en este país pasa por estar al tanto de que el alza en los precios supera el 30%, y esto debido a que el Gobierno pretende reinventar la rueda en cuanto a leyes económicas se refiere. Un cada vez mayor gasto público que no vaya de la mano de una mayor producción eventualmente acaba mal, es sólo cuestión de tiempo. Lo curioso es que pareja irresponsabilidad en el gasto público y en la creación de medios fiduciarios —después de todo, no hay almuerzo gratis— produce efectos en la redistribución del ingreso que niegan todo lo que Chávez afirma en relación a la solidaridad y justicia social (cuán “justa” puede ser una revolución como ésta en la que el ingreso real de los que tienen más crece más rápido que el de los que tienen menos, y ésa es la historia que nos revela el viejo GINI).

Todo proceso inflacionario de aumento en la cantidad del dinero y del crédito en la economía lleva a un alza en los precios de las cosas, y esto a un cambio en la estructura de precios relativos, que a su vez tiene su correlato en la distribución de la renta y de la riqueza en la sociedad. (El dinero nunca es “neutral” desde el momento en que un cambio cualquiera en la oferta monetaria produce a su vez cambios en los precios de las cosas, y estos cambios precisamente son los que tienen efectos redistributivos). Bien: supongamos que un mayor gasto social, que no se traduce en una mayor producción de bienes de primera necesidad (los empresarios, desmotivados, producen menos), lleva a un aumento en la demanda de estos productos que rápidamente influye en sus precios. El Gobierno, preocupado, duplica y triplica el gasto social, recurre a controles de precios y amenazas, y los precios siguen trepando por las nubes…a una mayor velocidad. Detengan la película y analicen lo que hasta el momento está pasando: por el lado del consumo, un mayor gasto social pone más dinero en los bolsillos de los más pobres, que ahora tienen para gastar más. Por el lado de la producción, los mayores impuestos corporativos, controles de precios y restricción a las importaciones con que el Gobierno estrangula a los empresarios locales (ni qué decir de los extranjeros a los que intimida con la expropiación), colocan a éstos en la disyuntiva de producir menos al precio de antes o seguir produciendo lo mismo, pero a un mayor precio.

En todo el tiempo que dura la película, los precios de los bienes de primera necesidad han sufrido un gran aumento, mientras que los de los bienes suntuarios apenas se han movido. Este sólo hecho implica que aunque la distribución nominal del ingreso en la sociedad haya sido uniforme, un mayor nivel de precios por el lado de los bienes de primera necesidad le ha restado poder adquisitivo en términos reales a los más pobres. Estas telenovelas siempre acaban así, y acaban así porque por más watsonianamente elemental que parezca sólo se puede consumir lo que se ha producido. En suma, todo proceso inflacionario de expansión del dinero y del crédito que acaba en cada vez mayores precios, produce una masiva redistribución del ingreso en la sociedad, de los que tienen menos a los que tienen más. No es, pues, ninguna casualidad que la desigualdad haya aumentado en el Perú de los ochenta, en la Alemania de los veinte o en el Zimbabwe de hoy.



Charles Philbrook, Economia & mercado